¿Ha muerto la guerra convencional? La respuesta es NO
¿Ha muerto la guerra convencional? La respuesta es no. Os cuento porqué.
Sean McFate en su libro Las nuevas reglas de la guerra (que ya reseñamos en este blog) afirmaba que el orden establecido tras el Tratado de Westfalia, que dio fin a la Guerra de los 80 años entre España y los Países Bajos y que supuso el nacimiento de los conceptos de soberanía nacional e integridad territorial, ya no estaba vigente. Su razonamiento era que en los conflictos del siglo XXI ya no se enfrentaban los estados nación entre ellos, sino estos con otros entes no estatales como terroristas, organizaciones del crimen organizado, etcétera.
Siguiendo ese hilo de razonamiento, Sean McFate se escandalizaba de que países como Estados Unidos derrocharan grandes cantidades de dinero en armamento de última generación en vez de invertirlo en unidades de operaciones especiales o, mejor aun, externalizando el negocio de la guerra contratando compañías de mercenarios.
La realidad es tozuda y el año pasado nos despertamos con Rusia (un país soberano) invadiendo Ucrania (otro país soberano). Para colmo, el campo de batalla ucraniano está lleno de carros de combate y de unidades clásicas de caballería, artillería e infantería. Los analistas adictos a los conceptos de Guerra Híbrida y del combate asimétrico se excusarán diciendo que esta invasión es una excepción y que el escenario del futuro cercano seguirá estando dominado por conflictos de baja intensidad. La excusa que alegan es, paradójicamente, la misma que ampara las inversiones en armamento y ejércitos convencionales: la existencia de ejércitos potentes en manos de los estados obliga a los países u organizaciones más débiles a emplear otros medios como la insurgencia o el terrorismo al ser incapaces de enfrentarse en campo abierto a los primeros.
Otros, tras los últimos acontecimientos en los que la Compañía Wagner ha amagado con dar un golpe de estado en Rusia, dirán que el empleo de fuerzas mercenarias sigue siendo una corriente al alza. Para empezar, cabe preguntarse qué demonios es Wagner. Rascando un poco en la superficie, vemos que es un grupo armado financiado y equipado por el gobierno ruso para proteger e imponer sus intereses de forma encubierta. Al cambio, podríamos considerar el Grupo Wagner como una empresa pública que hace aquello que el estado como tal no puede hacer por sí mismo. Salvando las distancias, todos los estados hacen lo mismo: para facilitar la gestión y no atarse las manos con las restricciones de sus leyes, crean empresas que pueden operar con mayor flexibilidad. Si pulsáis aquí encontraréis un listado del Ministerio de Hacienda con el inventario actual del sector público institucional (salen más de 5000 líneas). En conclusión, Wagner, más que una compañía de mercenarios, es un organismo público que actúa en beneficio de los intereses del gobierno ruso.
John A. Nagl en su trabajo Why America’s Can’t Win America’s Wars lo dice claramente: «Our very investment in these enormously costly conventional capabilities makes it less likely we will ever use them in conventional combat with China. Our thinking enemies will avoid our strengths and attack our weaknesses». Lo que traducido al español es: Nuestra inversión en estas capacidades convencionales enormemente costosas hace que sea menos probable que alguna vez las empleemos en un combate convencional con China. Los pensadores enemigos evitarán nuestras fortalezas y atacarán nuestras debilidades.
Si analizamos el texto nos damos cuenta de que la inversión y la preparación para una guerra convencional tiene como premio disminuir las posibilidades de que haya que recurrir a esta. Las dos guerras mundiales, el conflicto de los Balcanes y las dos últimas guerras en Irak nos enseñan el alto grado de destrucción que provoca un conflicto convencional por lo que el Si vis pacem parabellum de los romanos tiene plena vigencia.
En cuanto a qué hacer contra esos núcleos insurgentes y terroristas, Yuval Noah Harari nos advierte en su imprescindible Homo Deus de la gran trampa de estos: «Los terroristas son como una mosca que intenta destruir una cacharrería. La mosca es tan débil que no puede mover siquiera una taza. De modo que encuentra un toro, se introduce en su oreja y empieza a zumbar. El toro enloquece de miedo e ira y destruye la cacharrería». Es importante medir las capacidades de estas moscas cojoneras (perdón por la expresión) que son los terroristas e insurgentes, prevenir sus ataques haciendo un amplio uso de la inteligencia, demostrar a la población civil de forma racional el verdadero impacto de estas organizaciones y hacerles frente sin destrozar nuestra casa y nuestras libertades.
La dejadez occidental en cuanto a inversión y preparación de sus ejércitos ha tenido como consecuencia que en pleno siglo XXI se combata en suelo europeo. Putin no percibe el peligro de una respuesta militar. La disuasión convencional ha desaparecido por culpa de esos apóstoles de la guerra híbrida y otras estupideces.
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Muy buen artículo.
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