La guerra barata: cómo los drones están cambiando las reglas del conflicto
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Imagen generada por ChatGPT |
Los drones se han convertido en el arma de moda en la guerra moderna. No hay ataque u ofensiva que no venga precedida por una oleada de drones. Las violaciones del espacio aéreo polaco y de otros países de la OTAN cercanos a Rusia con drones han desatado todas las alertas. Cabe preguntarse si los drones serán los reyes del campo de batalla presente —y futuro— como ya lo fueron (y lo siguen siendo) los carros de combate o, anteriormente, la ametralladora.
Si fuera así, habría que preguntarse por qué Ucrania o Hezbolá (los principales usuarios en masa de este arma) no han doblegado ya a Rusia o a Israel. También cabe cuestionarse la letalidad de estos ya que podemos ver en las noticias ataques con enjambres de centenares de drones que apenas destruyen alguna infraestructura y con pocas bajas enemigas en proporción con el número de aparatos lanzados.
Un dron no es más que un vehículo guiado no tripulado. En el caso que nos ocupa, son aeronaves pilotadas a distancia, o a las que se les ha programado un determinado itinerario hasta un objetivo. Estas máquinas pueden portar equipos de vigilancia y observación, misiles que se lancen sobre un blanco o pequeñas cargas que explosionan al chocar el dron con su objetivo.
Los dos primeros casos son económicamente más exigentes y son fabricados y operados por países desarrollados. Vuelan a gran altura y pueden permanecer en el aire bastante tiempo. Los últimos son los que suelen salir en las noticias.
La vigilancia del espacio de batalla permite localizar unidades enemigas y dirigir el fuego de la artillería o de la aviación. Los drones armados con misiles se emplean contra objetivos rentables. Estamos hablando de sistemas que emplean tecnologías sofisticadas y que requieren un alto grado de especialización de sus usuarios y un costoso mantenimiento de los mismos.
Los enjambres de drones que continuamente lanzan rusos, ucranianos o los terroristas de Hezbolá, son aparatos cuyo precio varía entre 400 y 5000 dólares. Y ese es su verdadero poder y peligro. ¿Cuál es el problema? La defensa antiaérea de cualquier país está basada en una red de aviones y misiles en constante alerta para derribar o neutralizar cualquier amenaza que provenga del cielo. Esta amenaza la componían, hasta ahora, otros aviones y misiles enemigos. Un avión cuesta millones de euros, a los que hay que sumar la formación y entrenamiento de sus pilotos. Los misiles tierra-aire no bajan de los 200.000 dólares. Si te lanzan una nube de drones, cuyo coste conjunto no supera el precio de un misil, lo que se pretende es no causarte bajas, sino fastidiarte la economía. Por otro lado, un enjambre de drones lo suficientemente numeroso saturará el sistema, permitiendo que en el momento que hayamos agotado la munición o se esté procediendo a recargar e sistema, lanzar un ataque, esta vez sí, con misiles tecnológicamente superiores que no puedan ser neutralizados.
El problema al que se enfrentan los países desarrollados no es otro que el de desarrollar sistemas antidrón lo suficientemente baratos y económicos para combatir esta no tan nueva amenaza. Existen muchas posibilidades: rayos láser, perturbaciones electromagnéticas, enviar otros drones a combatir a los drones atacantes o, mi preferida, volver a rescatar los viejos cañones antiaéreos que rocíen el cielo de proyectiles inertes y/o explosivos que derriben la amenaza. Seguramente, la solución no esté en una u otra opción, sino en una combinación de todas.
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