La gran falacia de la guerra híbrida

Clausewitz otorgaba a la guerra una naturaleza política. Este concepto fue ampliado por el fantástico John Keegan en su indispensable «Historia de la Guerra» atribuyendo al fenómeno bélico una raíz cultural. Por su parte, Sun Tzu afirmaba que la guerra es de vital importancia para el estado.

De estos tres pensadores, podemos inferir que el fenómeno bélico va más allá del choque militar aunque este constituya el climax de la guerra.

Desde siempre, todos los medios del estado se han puesto al servicio de la guerra. La economía, la cultura, la prensa o la industria participan en el hecho bélico. Es más, la guerra trasciende el combate y la batalla. Además de la lucha física, se intenta minar la moral del enemigo con propaganda y noticias falsas, se realizan sabotajes en la retaguardia e intervienen guerrilleros, partisanos y otros tipos de fuerzas irregulares. Adicionalmente, no siempre ha sido necesaria una declaración de guerra para fomentar movimientos insurgentes o terroristas en un territorio adversario, de forma que se mine el orden establecido o se provoque un incidente que sirva de excusa para el comienzo de las hostilidades.

El empleo de todos los medios, militares o no, en el conflicto bélico, es algo tan antiguo como la misma guerra. Cada cierto tiempo aparecen iluminados que dicen descubrir la pólvora por el simple hecho de cambiarle el nombre. Así pues, desde hace poco menos de diez años, varios tratadistas militares han desarrollado el concepto de «guerra híbrida» que no hace más que reafirmar lo dicho anteriormente, pero malinterpretando los últimos acontecimientos históricos. Los defensores de este ¿nuevo? concepto, abogan por que la guerra se va a desarrollar en otros dominios además del físico. La guerra moderna, según los híbridos será un conjunto de acciones militares limitadas, acciones subversivas, empleo masivo de la desinformación y fake news y ataques cibernéticos. La guerra de toda la vida.

El problema es que se han olvidado del elemento físico de la guerra: el choque violento entre fuerzas militares. Le han restado peso al hecho militar en beneficio del componente tecnológico (ciberataques y armas ultramodernas) y del componente moral (redes sociales y fake news).

A band of brothers

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La confusión de estos tratadistas proviene, entre otras cosas, de una mala interpretación de las estrategias occidentales de la Guerra Fría. Durante este periodo, los ejércitos occidentales eran conscientes de que era imposible detener un ataque masivo de tropas acorazadas soviéticas. El presunto poderío industrial del bloque comunista, así como la posibilidad de estos de movilizar en muy poco tiempo a millones de combatientes, obligó al bando occidental a buscar en la tecnología soluciones que aumentasen su potencia de combate. De ahí, el desarrollo de sistemas de armas y municiones capaces de equilibrar el terreno de juego sin tener necesidad de recurrir al elemento nuclear.

La caída del telón de acero y la desintegración de la URSS nos abocaron a una serie de conflictos de baja intensidad en los que el enemigo lo constituían fuerzas insurgentes contra las que nunca se aplicó una doctrina convencional de la guerra. Cosa que sí hace Israel en Gaza y Cisjordania o, como hemos visto recientemente, lleva haciendo Rusia en Ucrania, Osetia del Norte u otros lugares. Esta tendencia no hizo más que reafirmar a los apóstoles de la guerra híbrida en su error.

Por desgracia, el concepto de la guerra híbrida ha arraigado tanto que hoy nos vemos con las manos atadas ante una Rusia bastante crecida. Hemos perdido tiempo y dinero en el desarrollo de políticas soft power en vez de crear estructuras políticas y militares con capacidad de disuasión.

La guerra convencional, lejos de desaparecer, sigue vigente, como siempre lo ha sido y siempre lo será. Pretender convertir un paréntesis histórico en una norma constituye un grave error. Las capacidades de disuasión y de respuesta son imprescindibles para garantizar el estado democrático y el imperio de la ley que las sociedades occidentales se han dado a si mismas. Sin estas capacidades, se produce una brecha en nuestros sistemas de seguridad y defensa que otros pueden intentar llenar por la fuerza. Así pues, la conclusión es que no hay nada más peligroso para la paz que una mala interpretación de la historia y una negación de la realidad.

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