El fracaso del nacionalismo balcánico

El 14 de septiembre de 2017 me encontraba desplegado en Malí. Aquel día se jugaba la primera semifinal del Eurobasket 2017. Se enfrentaban España y Eslovenia. Vi el partido con un nutrido contingente de militares procedentes de Eslovenia, Serbia y Montenegro. Es decir, de la antigua Yugoslavia. Todos ellos animaron fraternalmente al equipo eslavo que, finalmente, venció a nuestro país. Al día siguiente se jugo la segunda semifinal entre Rusia y Serbia. Me uní a mis amigos balcánicos animando a los serbios que también ganaron el partido. La final, dos días después, enfrentaría a Serbia y a Eslovenia. Tras el partido entre Rusia y Serbia —con un poco de mala leche, lo confieso—, pregunté: «¿A quién animamos pasado mañana?» La respuesta fue unánime ¡A Yugoslavia!

Flag of Yugoslavia (1946-1992)

Bandera de la extinta Yugoslavia. Fuente: Wikimedia Commons.

Durante los seis meses que compartí con estos militares, me sorprendió el grado de camaradería y amistad que profesaban entre ellos. Mi primera sorpresa fue el 25 de junio de aquel año. Los eslovenos celebraban el día de su independencia de Yugoslavia. Yo, como senior de los españoles en el destacamento, estaba invitado. ¿Sabéis quienes eran los invitados de honor? ¡Los serbios! Los mismos contra los que habían combatido en el año 1991.

A lo largo de la misión compartí muchos otros momentos con ellos. De hecho, uno de mis subordinados en la sección que yo mandaba era esloveno. En alguna conversación les mostré mi sorpresa ante el buen rollito que tenían. Sobre todo porque se habían enfrentado en una cruel guerra civil que terminó con la desintegración del estado yugoslavo. El porqué era simple. A pesar de haberse enfrentado en una guerra, todos mantenían lazos familiares, sentimentales o de amistad con los habitantes de los nuevos estados. A pesar de haber cambiado sus banderas, se sentían hermanos. Las nuevas fronteras habían separado a familias y amigos. Un esloveno me comentó que todavía tenía una casa en Serbia y un montenegrino me contó que tenía familia en Eslovenia. Los serbios también tenían historias parecidas.

La conclusión, para mí, es la siguiente: unos dirigentes irresponsables sembraron el odio entre sus ciudadanos, estos se enfrentaron entre sí, muchos murieron y, finalmente, a pesar de haber desmembrado un país, estos ciudadanos se siguen considerando miembros de una misma comunidad. ¡Cuanta sangre derramada para satisfacción de unos pocos!

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