Desencanto sin causa

Este año estoy releyendo algunos libros de mi infancia y adolescencia. Uno de los que he recuperado de las estanterías es Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Se trata de un clásico de la novela de aventuras que, como todo buen libro, contiene grandes enseñanzas.

No creo que sea necesario detenerse mucho en el argumento pues debe ser conocido por todos: un joven de buena posición, pero ansioso de aventuras, decide embarcarse en contra de la opinión de su padre. El barco naufraga y pasa 28 años en una isla desierta. Durante su estancia allí, Robinson escribe un diario donde relata buena parte de sus vicisitudes.

Robinson Crusoe 1719 1st edition

Portada de la primera edición de Robinson Cruose, Dominio Público, via Wikimedia Commons

Se trata de un resumen muy somero. Antes del naufragio, nuestro amigo Robinson vive otras experiencias que deberían haberle servido de aviso para no embarcarse en la nave que lo arrojó a la isla.

El caso es que, además de narrar su día a día y como se las arregla para sobrevivir, nuestro protagonista realiza una serie de reflexiones bastante interesantes sobre el sentido de la vida, la religión y las causas de su desdicha. La que hoy vamos a tratar es la siguiente:

«Me parecía que todo nuestro desencanto por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos».

No sé si os pasa a vosotros, pero conozco a varias personas que, a priori, deberían ser felices pues disfrutan de la famosa triada de salud, dinero y amor pero que en realidad son unos desgraciados.

Me da la sensación de que el señor Defoe, al escribir estas palabras en el diario de Robinson también había tenido contacto con este tipo de personas.

La vida nos enseña que todo es efímero y que, en cualquier momento, podemos perderlo todo. Un accidente, una enfermedad, una guerra (Gaza, Ucrania ¿os suena?) o cualquier otro incidente puede mandarlo todo al carajo. Debemos disfrutar de lo que tenemos ahora. No se trata de ser conformista y no aspirar a un trabajo que nos ayude a realizarnos, a buscar mejores condiciones de vida o a intentar alcanzar aquellos sueños que anhelamos. Todo ello es compatible con agradecer a Dios o al destino las pequeñas cosas (pequeñas en apariencia) que hacen que cada día sea un milagro: un estado aceptable de salud, una economía que nos permita vivir sin grandes aprietos o una familia a la que queremos y que nos quiere.

Curiosamente, aquellos que sufren por motivos reales (enfermedad, pobreza, soledad…) suelen ser los que dan mejor ejemplo a la hora de encarar la vida. Quizás sea porque realmente conocen el valor de aquellos bienes de los que carecen. Por el contrario, son bastantes los que sufren por no tener un coche mejor que el de su vecino, por no poder acceder al último teléfono móvil del mercado o porque el último pedido que hicieron en Amazon ha tardado más de 24 horas en llegar a su domicilio. A estos últimos los mandaba yo a pasar una temporadita solos a la isla de Robinson.

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