La estupidez humana como prueba de la existencia de Dios

Todos los días me preguntó por qué no nos hemos extinguido como especie. Y la única conclusión a la que llego es que Dios existe y nos quiere. Sin esa premisa es imposible que hayamos llegado al grado de civilización actual sin que la humanidad se haya inmolado y desaparecido de la faz de la Tierra.

Basta con salir a la calle y observar a nuestro alrededor para encontrar múltiples ejemplos de estupidez humana.

Todos los días viajo en tren para trabajar. Rara es la vez en la que en el control de accesos no me encuentro a alguien que, en ese preciso momento, descubre que tiene que presentar el billete. El interfecto o interfecta —aquí el género, la religión, la raza o la orientación sexual no afecta— pone cara de sorpresa y comienza a buscar el billete en las profundidades de un bolso o maleta.

La parte más divertida (sarcasmo) viene cuando hay que pasar el equipaje por el escáner del control de equipajes. En este momento, los guardas de seguridad, haciendo uso de una paciencia que para sí quisiera el santo Job, recuerdan al personal que las maletas, bolsos, mochilas y demás zarrios deben ser pasados por el escáner. Algo que debe ser extremadamente difícil porque muchos llegan a pasar hasta tres veces (juro por mis ancestros que lo he visto) por el susodicho escáner: primero la maleta, luego el bolso porque se le ha olvidado meterlo y el guardia le ha obligado a volver y, por último, la mochila que no se ha quitado de la espalda.

Si estos hechos fueran aislados o anecdóticos, no pasaría nada, pero los vivo a diario.

Parece que las estaciones de tren constituyen un vórtice donde las fuerzas de la estupidez humana se concentran pero no es así. La imbecilidad no reconoce obstáculos que la contengan y se expande hasta el infinito.

Alienígenas flipando con nuestra estupidez. Generado con DALL·E mini

La estulticia y la idiotez también campan a sus anchas en supermercados y centros comerciales. No es raro ver conocidos que se acaban de encontrar y cruzan sus carros de la compra en el pasillo para saludarse, sin importarles una mierda bloquear el paso. Sin contar los que, en el momento de pagar, se dan cuenta de que se han olvidado de algo y salen corriendo a buscarlo. Y mientras tanto, toda la cola esperando. Y les da igual.

Dejo para el final este ejemplo que me marcó: hace unos años, con mis hijos aun pequeños, hacía cola en un establecimiento de comida rápida. Delante nuestra esperaban pacientemente su turno unas quince personas. Durante el rato que pasa hasta que te atienden, tienes tiempo suficiente para decidir tu menú, bosquejar mentalmente un post para tu blog y, no es descartable, hacer algún descubrimiento científico. Delante nuestra había una señora de unos cuarenta años que, ¡Oh sorpresa! cuando le llegó el turno de pedir, no sabía que elegir. Fue un momento de epifanía. Los cielos se abrieron y sonaron campanas. No me hicieron falta las cinco pruebas de la existencia de Dios que había razonado Santo Tomás de Aquino. Dios existe porque es la única explicación plausible a que no nos hayamos extinguido.

Y todavía hay quien se pregunta por qué los alienígenas no nos invaden.

Ahí lo dejo.

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