Por qué hemos fallado en Afganistán y por qué volveremos a fallar contra la insurgencia

Hace un par de años, publiqué un artículo en el Grupo GESI titulado ¿Es necesaria una doctrina de contrainsurgencia? en el que analizaba las distintas formas de abordar este tipo de lucha. Las recientes noticias sobre Afganistán ponen de actualidad algunas de las reflexiones que hice en ese artículo y que comparto ahora con vosotros.

La primera reflexión viene inspirada por una afirmación de Henry Kissinger en 1969, en pleno apogeo de la Guerra de Vietnam: «La guerrilla gana si no pierde». Cualquier grupo insurgente que lucha contra tropas extranjeras en su país lo sabe. En algún momento, el invasor tendrá que irse. El tiempo siempre juega a favor de la guerrilla. Afganistán tiene una larga historia de guerras civiles, ocupaciones coloniales e invasiones. La paciencia está marcada en el ADN del pueblo afgano. Un proverbio del lugar dice: «Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo». Los occidentales no tenemos el temple para comprometernos en una aventura de larga duración sin objetivos tangibles en el corto y medio plazo.

Y hablando de objetivos, Jarret Blanc en su artículo We Need to Take the Best Deal We Can Get in Afghanistan escrito para el Carnegie endowment for international peace nos advierte:

No estamos perdiendo por tácticas o número de efectivos, sino por un fracaso catastrófico a la hora de definir objetivos de guerra realistas. Después de un esfuerzo antiterrorista desordenado pero básicamente exitoso, ampliamos nuestros objetivos de formas que seguramente fracasarían. Hipotecamos nuestros objetivos antiterroristas con objetivos más maximalistas, haciendo que nuestra ambición original sea más difícil de asegurar.

Los objetivos, ya sean bélicos, personales o de negocios, deben ser realistas, mensurables y alcanzables. Es imposible reconstruir en su totalidad un país tan grande y tan complejo como Afganistán. Se podría haber empezado por aquellas áreas más amistosas y por aquellas con recursos materiales. En las primeras, encontraríamos el apoyo de la población; en las segundas, negaríamos a los insurgentes la posibilidad de enriquecerse. Prosperaría una parte del país, la otra no. Puede parecer cruel. ¿Pero no es menos cruel abandonar después de 20 años de sacrificios? Además, la riqueza es contagiosa. La prosperidad de estas pequeñas zonas atraería a más población y minaría el apoyo a los talibanes que serían sinónimo de atraso y pobreza.

La carencia de visión de futuro, la impaciencia propia de la cultura occidental y la falta de objetivos realistas nos han llevado a donde estamos ahora. ¿Aprenderemos algún día?

 

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