¿Son las vacunas la panacea frente al COVID 19? Sí, pero no

 

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En el poco más de medio año que llevo escribiendo este blog, me he resistido a tratar el tema del COVID 19. No es que no me interese, pero creo que estamos sobresaturados de noticias de la pandemia. Abres un periódico, enciendes la radio, pones las noticias en la tele o entras en cualquier medio en Internet y te encuentras al puñetero virus. Y todo ello sin contar con las cadenas de whatsapp, los bulos, los memes y, cómo no, las teorías conspiratorias. Hay demasiado ruido en el sistema. De ahí que no haya querido embarrar más el charco.

Pero, precisamente por eso, por la gran cantidad de información y datos con los que nos bombardean a diario, la mayor parte de las veces sin filtrar y sin pasar por el más somero análisis, creo que es necesario hacer una pausa para reflexionar, ver en que estado nos encontramos y elucubrar hacia donde vamos.

Sumario

El caos inicial

En este apartado hay bastante consenso. A pesar de los avisos de la OMS, de las evidencias en China y de las advertencias de los expertos, nadie quiso creer lo que se nos venía encima. Quizá, otras presuntas hecatombes que nos vinieron magnificadas como la Gripe A o el síndrome de las Vacas Locas, nos habían insensibilizado. Ese escepticismo inicial nos impidió prepararnos y, de esos lodos, estos barros.

Pero ya ha pasado un año desde que empezamos a sufrir la epidemia en nuestras carnes. Ya no hay excusas ni podemos alegar sorpresa. Aún así, un año después, seguimos cometiendo los mismos errores y los contagios siguen multiplicándose y, por ende y más dramáticamente, las muertes.

La presión hospitalaria

La principal consecuencia de la rapidez con la que se contagia este virus es la presión a la que es sometido nuestro sistema sanitario. Muchos infectados necesitan ser hospitalizados y, al menos, una décima parte de estos hospitalizados, acaban ingresando en las UCIs. Hospitales y UCIs desbordados nos llevan a un problema mayor que el COVID mismo: otras patologías, en principio menos graves, no pueden ser tratadas, o se tratan con menos atención, agravándose con el tiempo. Todo ello, sin contar con la gran cantidad de recursos que se detraen de otros tratamientos. Es decir, el COVID 19 no solo está matando a los infectados por él, sino que está impidiendo o dificultando el tratamiento y sanación de otras dolencias que, en algunos casos, más de los que quisiéramos, acaban de forma fatal.

La esperanza de la vacuna

No creo en los milagros. O por lo menos, no fío mi futuro y menos mi salud y la de mis seres queridos a estos. Desde finales del año pasado, hemos evolucionado de un estado de desesperación a depositar todas nuestras esperanzas en la vacuna milagrosa.

Que no se me entienda mal, la vacuna es un paso necesario para vencer al virus, pero no suficiente. Por eso, no hay que confiarlo todo a la efectividad de las vacunas. En primer lugar, porque cómo estamos viendo, el plazo para vacunar a un porcentaje de población que garantice eso que han denominado inmunidad de rebaño no va a ser tan corto cómo creemos. Lo estamos viendo, las farmacéuticas no consiguen mantener los ritmos de producción y las vacunas no llegan por igual a todos los países. Este último punto es importante y, no por un motivo filantrópico sino pragmático. Los europeos podemos vacunarnos todos, pero si países del llamado tercer mundo no se vacunan a tiempo, en esos mismos lugares se generarán mutaciones, siendo muy probable que algunas de ellas sean invulnerables a las vacunas actuales. La globalización actual y los flujos migratorios volverán a traernos otra epidemia.

Por otro lado, los virus mutan. Unos más que otros, es cierto. Pero ya estamos viendo que algunas variantes del COVID 19 son más contagiosas y letales que la cepa original. Aun con toda la población mundial vacunada, nada garantiza que una nueva cepa nos vuelva confinar.

¿Estamos en un callejón sin salida? La respuesta es no. Hay soluciones y lo veremos en el siguiente apartado.

Pero ¿y el tratamiento?

Una de los pilares en los que se asienta la victoria sobre el COVID 19 se basa en la vacunación masiva. A mayor vacunación, menos oportunidades que tiene el virus de expandirse y, por tanto de mutar. Pero, cómo ya hemos visto, no es suficiente. El otro pilar debe sustentarse en la búsqueda de tratamientos que, o bien curen la enfermedad, o bien palíen sus efectos haciéndolos menos graves.

Es muy probable que esta enfermedad se cronifique y conviva con nosotros tal y como lo hace la gripe estacional. Una combinación de vacunas y tratamientos es la solución.

Conclusiones

A modo de resumen, podemos concluir lo siguiente:

  1. Hay que reducir la presión hospitalaria al máximo. Un sistema colapsado mata más que el propio virus.
  2. La vacunación debe ser extensiva y global. De otro modo, el virus siempre encontrará nuevos vectores de contagio y tendrá mayores opciones para mutar.
  3. Junto con las vacunas hemos de encontrar tratamientos que curen la enfermedad o que palíen sus efectos, haciéndola menos mortífera.

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